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Meditando la Navidad; “¡Dichosa Tú que has creído!”

Por Ruben Oscar Frassia (Obispo de Avellaneda – Lanús)
«En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; 42y exclamando con gran voz, dijo:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; 43y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? 44Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. 45¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»»

Estamos ante un relato tan simple, tan breve, tan rico, tan profundo ¡y con tantos elementos! La presencia del Señor, la presencia de Jesús, engendrado por el Padre en el seno virginal de María. Que fue concebida sin mancha del pecado original en atención a su maternidad divina. Que el Hijo de Dios se nutre de la sangre de María. Que acompaña a la Virgen la figura del Patriarca San José. Y que Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, quiere estar con nosotros para enseñarnos el camino, para fortalecernos en nuestro andar, para levantarnos de nuestras caídas, para sacarnos el peso tremendo del pecado.

Este Niño, en este pesebre que nos prepara, es el altar donde va a consumar la redención. Cristo, el Niño que nace, este Niño Dios que nos ha sido dado, esta Palabra que fue pronunciada en silencio y en silencio debe ser escuchada, el Verbo que se hizo carne, este Niño nos trae la Salvación.

La Iglesia, en Navidad, repite el misterio: la presencia del Niño Dios, el Niño Jesús, ¡el Redentor que viene a iluminar nuestras oscuridades; que viene a hacernos ver en nuestras cegueras; que viene a fortalecer nuestros corazones débiles, enfermos y vacilantes!

Este Niño viene a devolvernos la dignidad en lo humano y a enaltecer nuestra vida cristiana. Porque la presencia de Cristo en nuestra vida ¡tiene una fuerza tal que nosotros no podemos estar distraídos! Tenemos que estar atentos y presentar a Jesús, para que nazca en nuestro pesebre personal, en nuestro corazón que necesitamos sea fortalecido.

Necesitamos que se nos ilumine la mente para que podamos volver a pensar y pensar bien. ¡Quien piensa bien, hace el bien!, ¡quien piensa mal, se equivoca en la respuesta! No podemos vivir desorientados. ¡Cuánta gente vive sin sentido! Y porque vive sin sentido, vaga sin sentido, destruye sin sentido a los demás, porque está destruido interiormente.

Pensemos en los excesos de la bebida; pensemos en la droga; pensemos en la violencia; pensemos en la indiferencia; pensemos en la corrupción. ¡Pensemos en tantas otras cosas van debilitando el tejido social y el tejido de nuestra querida Iglesia!

Pidamos al Señor que en esta Nochebuena y en esta Navidad podamos recibirlo como merece. Y, al festejar y celebrar, al reunirnos con los demás y con los que están solos –porque nadie puede quedar solo esa noche y ese día- sepamos por qué nos reunimos. ¿Y saben por qué nos reunimos? ¡Porque nace el Hijo de Dios y surge de nuevo la esperanza!

¡Feliz Nochebuena!

¡Feliz Navidad!

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

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