Por Julio Mosle (x).- «El tuyo es un oficio de mentiroso», me dijo el Papa Francisco dentro de un confesionario de la basílica de Luján, cuando todavía era el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Aquella madrugada de octubre de 2008 yo era el cronista de una cadena de radios confesionales que transmitían la peregrinación juvenil a Luján y no estaba en mi agenda entrevistar al entonces jefe de la curia argentina.
Las entrevistas con peregrinos y voluntarios giraban en torno a la fe popular cuándo distinguí a Bergoglio en uno de los confesionarios de la basílica, confortando a quienes se acercaban sin reconocerlo.
De negro y con una discreta cruz pectoral, nunca supe si Bergoglio había elegido adrede el confesionario que está debajo del vitral de San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes.
Junto a la fila de fieles que esperaba confesarse, algunos cronistas de medios nacionales aguardaba que el cardenal hablara y especulaban entre ellos con alguna referencia al conflicto con el campo. Todo eso se disipó cuando un colaborador les advirtió que este no hablaría con la prensa.
Sin nada que perder me puse en la fila y esperé a que llegara mi turno. Bergoglio me recibió con la señal de la cruz y quedó perplejo cuándo saqué de mis bolsillos el grabador y el teléfono.
«¿Venís a confesarte o a hacerme una entrevista?», preguntó con tono admonitorio el cardenal. «Mire, hace tanto que no me confieso que usted debería aprovechar, y la verdad que quería pedirle unas palabras de aliento para lo que vienen caminando con la radio prendida», respondí, tratando de leerle la mirada.
El cardenal se sonrió, bajó la cabeza y señalando a un costado con la mirada me dijo al oído «¿ves a esos cuatro de ahí? son de algunos diarios nacionales y esperan que yo haga alguna declaración estridente, bajá la cabeza para que no se note que es una entrevista y dale».
La catequista puesta a productora para la ocasión no estaba muy rápida de reflejos y cuándo le dije que me pusiera al aire rápido porque «estaba con el cardenal», se le ocurrió preguntar «¿con cuál cardenal?». Bergoglio siseó «decile que con el jilguero si hace más rápido».
Los que estaban en estudios centrales no entendieron mucho lo que pasaba o se sorprendieron. Bergoglio les habló a los que venían caminando, les habló de amor, de diálogo y de la patria; al final se despidió con una bendición para quienes estaban enfermos o presos.
Agradecí la entrevista y cuando intenté una despedida Bergoglio me cortó con un «te estás olvidando de la confesión». Varios minutos después me absolvió y me preguntó por el clima que percibía entre los peregrinos, por el alcance de la transmisión y por mi profesión.
Antes de despedirme señaló: «el tuyo es un oficio de mentiroso», con una sonrisa, y me regaló una estampita que debe haber quedado dentro de algún libro.
No volví a verlo hasta 2011, cuando Télam me envió a cubrir la peregrinación a San Cayetano. Ese domingo a la mañana entrevistaba trabajadores que se agolpaban con sus espigas de trigo esperando la bendición cuando Bergoglio comenzó su recorrida por las calles cercanas al santuario.
«¿Seguís en tu oficio?» me preguntó el cardenal con una seguridad que me sorprendió. «Si, pero acá va a ser complicado confesarme», contesté mientras trataba de seguirle el paso.
Bergoglio, acompañado por un asistente que portaba una bolsa de estampitas, hablaba con cada uno de los fieles, bendecía todo lo que le acercaban y exhortaba a todos a que recen por él.
Cuando tuve la chance de detener su marcha logré una buena entrevista, en la que Bergoglió habló de la peregrinación como «una nueva muestra de religiosidad popular que reafirma el amor del pueblo a Dios. Esto trasciende cualquier coyuntura política, es una manifestación de amor», afirmó.
La última vez que vi al hoy papa Francisco fue el Jueves Santo del año pasado en la casa de los curas villeros de la villa 1-11-14, cuando le lavó los pies a adictos al paco en recuperación.
Aquella vez ya no me sorprendió que me saludara antes de decirme que «si nosotros aprendiéramos un poquito más de esta enseñanza de Jesús, habría que ver como cambiaría nuestra sociedad, cuidándonos unos a otros».
El entonces cardenal había explicado que eligió ese lugar porque allí había «un doble trabajo, de reinserción de chicos y una escuela de artes y oficios de donde los chicos salen sabiendo hacer calzado y artesanías».
«El problema de la droga es serio, las adicciones te marcan la vida, a veces es muy fácil hacerse adicto, pero recuperarse es un camino largo y duro», dijo.
Luego reconoció que «la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), está trabajando mucho, en general se ven los esfuerzos del Estado para trabaja en este sentido».
«Pobres hay, y muchos, todos los días hay gente durmiendo en la puerta de la Catedral y en la ciudad de Buenos Aires se ven cuadros de pobreza que te llegan al alma, y lo feo es que nos acostumbramos a ver durante la noche a chicos muy chicos tirando de carros cargados de cartón. En la ciudad de Buenos Aires yo veo mucha pobreza», fue lo último que me dijo.
(x) Periodista de la Agencia Télam. Es fundador y co-editor de Agencia Periodística Lanús.