A continuación reproducimos el mensaje del obispo de Avellaneda-Lanús, Rubén Oscar Frassia, para la Navidad 2013.
“A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc. 2, 6). La encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento, obra del Espíritu Santo y sin concurso humano, es expresión de la voluntad libre de Dios que nos envía a su propio Hijo para devolvernos el sentido de la vida y otorgarnos la salvación.
Cristo define la historia. Nos habla y nos invita a vivir en la primacía de su presencia. Él es el Señor, Él es el único y, en Él, reside toda nuestra esperanza. No hay otro nombre puesto para la salvación. Cristo es el principio, todo comienza a existir desde Él, en Él y por Él. Cristo es la “piedra angular” (1 Pe 2,6)
Cuando Dios habla a la humanidad de Cristo se expresa en términos de reconciliación en la debilidad. La reconciliación es el vértice de la misericordia de Dios, recordemos: “ahora que somos reconciliados, seremos salvados” (Rom 8,10).
Ante tan gran acontecimiento no podemos dejar de pensar. No es bueno que nos llenemos y nos aturdamos de efectos tan solo pasajeros y momentáneos, por no decir superficiales. Se juega nuestra vida. Debemos llamar las cosas por su nombre. Estamos mal. Se ha ido perdiendo el sentido último (religioso) de nuestra orientación, de nuestras actitudes, convicciones, y por ende decisiones. Hay que darle lugar en nuestro pesebre personal, familiar, social y eclesial a Cristo.
En derredor nuestro: desorientación, perplejidad, miedos, incertidumbre, egoísmos, ansiedad, tristeza, rupturas y quebrantos tanto personales como familiares y sociales. Pensemos: la infidelidad, el hacer lo que uno tiene ganas, el olvido y hasta el desprecio de la necesidad del otro, el no hacerse cargo de la propia vida, la corrupción en tantos niveles que asusta; las palabras, más que verdades, son expresión muchas veces de la mentira; la pérdida de la cultura del trabajo, y del esfuerzo laborioso para vivir un presente y un futuro más digno. Y podríamos agregar más cosas. ¡Estamos mal! y muchas veces lo consentimos irresponsablemente.
Dios viene a visitarnos y plantar su morada en medio nuestro: “¡Alégrense!” “¡No tengan miedo!” el Emanuel, Dios con nosotros, reina para siempre, esto debe incidir en nuestra mente, corazón, actitudes y obras. No podemos seguir distraídos y dormidos como si no tuviéramos esperanza.
Hay que adorar, es el acto más sublime de nuestra madurez humana. Quien adora llega a la madurez. Todos tenemos una vocación: hay que vivirla. Se vive cuando se toma la decisión (voluntad). Y la adoración nos lleva al compromiso de la virtud, de aquel a quien se ama: Cristo. “Por esta misma razón, pongan el mayor empeño en añadir a la fe de ustedes la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad” (2 Pe 1,5-7).
¡Feliz Nochebuena y Feliz Navidad! que todos tengamos el gozo y la alegría de vivir esta Fiesta en su verdadero significado. Los bendigo de corazón.
Mons. Mons. Rubén O. Frassia, Obispo de Avellaneda-Lanús.