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Malvinas: 3 de los soldados identificados son héroes de Lanús

Después de 35 años, muchos de caídos en Malvinas dejaron de ser «sólo conocidos por Dios», tal como rezaban las placas que adornaban muchas tumbas del cementerio de Darwin, para volver a tener identidad. El esfuerzo de la Cruz Roja internacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense permitió que los restos de 90 combatientes argentinos fueran identificados y entre ellos están 3 de los 9 que dejaron Lanús para pelear en las islas.

Hoy las familias de esos hombres visitan por primera vez el cementerio argentino de Darwin sabiendo a quién le dejan una ofrenda y, de alguna forma, cerrando un capítulo abierto en 1982.

Una de esas tumbas es del soldado de la Armada Ricardo Argentino Ramírez, quién vivió en Lanús desde los 6 años hasta que se sumó a las filas del Batallón de Infantería de Marina N°5. Su familia no supo que había ido a la guerra hasta que llegaron sus cartas desde el archipiélago; no supo de su muerte hasta un mes después, porque el reporte oficial lo daba como desaparecido; no tuvo foto alguna hasta que, tras años y años de revolver en publicaciones, su hermano menor Alberto lo encontró en la tapa de una revista.

En una entrevista al diario La Nación, Alberto Ramirez cuenta que en la foto se veía a Ricardo en una camilla junto a Quiroga, el enfermero que lo fue a atender, «todo hinchado por una explosión -cuenta Alberto-. Durante mucho tiempo consulté en todos lados: veteranos de guerra, libros, revistas, filmaciones. Busqué centenares de datos para saber qué le había pasado».

Ricardo nació en Quitilipi, Chaco, un 25 de mayo, y por eso le pusieron de segundo nombre Argentino. La suya era una familia de constructores y él quería seguir ese mismo camino. En 1969 se mudaron a Lanús. De «Ricky», Alberto recuerda sobre todo su buen humor, sus chistes y su pinta, que arrancaba suspiros entre las chicas del barrio: «‘Tirá una para este lado’, le decíamos. Andábamos siempre juntos; esa cofradía que solo existe entre hermanos. Todo quedó trunco ahí, en la guerra. Yo tengo 63 años y hasta hoy no puedo hablar del tema sin llorar: el dolor es todavía muy fuerte».

La noche del 13 de junio de 1982 nadie durmió en Malvinas. Bajo una fuerte nevada, los británicos iniciaron una serie de ataques para lograr la avanzada definitiva sobre Puerto Argentino. El combate más duro ocurrió en Monte Tumbledown, defendido por el Batallón de Infantería de Marina N°5, uno de los mejor preparados, que peleó hasta el final. Ricardo estaba encargado de disparar un mortero de 81 mm, con el que ocasionó numerosas bajas a la Guardia Escocesa y a los temibles gurkas. Superadas en número por el enemigo y ya sin municiones, a media mañana del 14 las tropas argentinas recibieron la orden de repliegue. Durante la maniobra, a la altura del Cerro Zapador, un obús de gran tamaño cayó cerca del grupo al que pertenecía Ricardo. Los soldados quedaron aturdidos por la explosión y tardaron varios segundos en reincorporarse; todos menos Ricardo: las esquirlas y la onda expansiva lo habían herido de gravedad.

Uno de sus compañeros, el conscripto Sergio Pantano, quiso cargarlo en los hombros, pero el dragoneante se negó. «Dejame acá, me duele mucho -le dijo-. Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella». Su madre había fallecido seis meses antes. Esas fueron sus últimas palabras; ese fue también el último día de la guerra: unas horas después Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el general Moore.

«Son cosas que te ponés a pensar -dice ahora Alberto-: nació un 25 de mayo y por esa ironía del destino murió por su patria veinte años después. De los 45 hombres que formaban parte de su grupo de morteros solo perdió la vida él».

Treinta y cinco años más tarde, siempre a destiempo, la familia finalmente pudo saber dónde estaba enterrado. También recuperó tres objetos que el soldado tenía entre sus ropas: una medallita con su nombre, un cortauñas y un recuerdo de Ushuaia, ciudad cercana a Río Grande, donde había hecho el servicio militar.

«Nos dieron todo en una bolsita cerrada al vacío que no se puede abrir porque si no las cosas se arruinan. Fue una emoción muy fuerte y en cierto modo también un alivio -cuenta Alberto y hace una breve pausa-. Mi papá, que murió unos años después, quería que Ricardo se quede ahí, porque eso es Argentina. Nosotros también: él regó con su sangre ese lugar y por eso también es suyo».

Además del caso de Ricardo, también se pudo identificar la tumba de Julio Héctor Maidana. Hasta que se confirmó esa noticia, su hermana Norma conservó enteras las esperanzas de su aparición con vida. Nacido en Lanús Oeste, Maidana vivía con su hermana y su madre Isolina. A los 18 años debió interrumpir sus estudios secundarios y su trabajo como operario de Techint para hacer el servicio militar, que cumplió en el Regimiento 7 de Infantería Mecanizada, en La Plata. Aunque podría haber eludido la convocatoria por ser el único sostén de su familia y haber nacido el Día de la Bandera. Sin embargo, decidió asumir la responsabilidad y viajó a las islas. Allí cayó en la Batalla de Pradera del Ganso. Su familia desconoce las circunstancias del hecho y durante años recibió versiones falsas.

Finalmente, se conoció el lugar dónde descanza en paz Julio Romero. Casi no existen datos sobre este soldado. Actualmente una escuela -la N° 29 en Villa Diamante, Lanús; dónde Julio cursó la primaria- lleva su nombre. Perdió la vida el 12 de junio en la batalla de Monte Longdon.

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